Marcelino Pan y Vino

Marcelino Pan y Vino

23 septiembre, 2019 Arte y Cultura Galería de libros 0

Josè Marìa Sànchez Silva

¡Quién no ha visto la película de Marcelino Pan y Vino, un niño travieso que da de comer a un Cristo en un desván!

Si esta película te conmovió te invito a leer «Marcelino Pan y Vino» escrito por Josè Marìa Sànchez Silva, cuya narraciòn se harà envolver desde un inicio hasta terminarlo. El libro que dio origen a la película SIEMPRE será mejor, con ese lujo de detalles que no te podrás imaginar.

Esto comienza asì:

«Hace casi cien años, tres franciscanos pidieron permiso al señor alcalde de un pequeño pueblecito para que les dejase habitar, por caridad, unas antiguas ruinas que estaban abandonadas a unas dos leguas del pueblo, en terrenos de los cuales era propietario el Municipio».

Con el paso del tiempo, ya eran doce franciscanos quienes vivían de limosna y fue tantos lo beneficios en los pueblos de por allí que el Ayuntamiento decidió regalar para siempre el terreno y la edificación habitada. El trabajo y amor que los frailes ponían en todo hizo que al cabo del tiempo de convento pareciese un edificio no solamente sólido, sino incluso bello: con el agua cerca, brotaron algunos árboles, plantas y flores. Tenían una huerta bien cuidada.

Una mañana cuando los gallos aun dormìan, oyò el hermano portero una especia de llanto al pie de la puerta. ¿Quién creen que era? Por supuesto, un bebè a quièn los franciscanos le bautizaron con el nombre de Marcelino, debido a que era el Santo del día.

Por alguna razón las gestiones de los franciscanos por buscar a la familia de Marcelino, no parecía rendir sus frutos. Lamentablemente, «Fray Portero» antes de morir, pidiò a los hermanos franciscanos que Marcelino viviera con ellos y le educaran. Asì llegò a sus casi cinco años, gracias a las papillas del hermano cocinero, que bautizò como «Fray Papilla».

Marcelino, el amo del lugar y hacia reír a los hermanos franciscanos con sus travesuras. Tenìa amigos, sus animales. La cabra nodriza, el gato «Mochito», lagartijas, sapos y demàs animalitos del huerto, con quienes conversaba. Por cierto, tenìa un amigo imaginario, quien vio un día en el pueblo al salir con los hermanos.

Este niño ùnicamente tenìa un lugar prohibido, el desvàn. Para evitar que subiera los hermanos franciscanos le dijeron que habìa ratas y ratas enormes. Sin embargo, Marcelino conocía màs de las ratas que los propios hermanos. Asì que los franciscanos le dijeron que habìa un hombre altìsimo que si subìa, seguramente se lo llevarìa.

Marcelino, esto tampoco le impidió hacer un plan para subir. Un dìa, al ver que la mayorìa de los hermanos franciscanos habìan salido, decidiò poner en pràctica su plan, subiò lentamentamente los escalones del desvàn y escuchò un chirrido, se quitò las sandalias y con un palito, se iba apoyando para ir «probando» el terreno.

Al estar arriba, vio entre las rejas de la puerta, que habían cachivaches, libreras y otras otras. Decidió empujar la puerta y poco a poco sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y vio mejor las cosas. Llegó a pensar que era un lugar espléndido para jugar en invierno. Al ver de oreojo al otro lado, se dio cuenta que los hermanos no le habían mentido, habìa un hombre altìsimo, casi desnudo y con los brazos abiertos; al verlo por poco suelta un grito de terror.

Hasta acá dejo la narraciòn para que puedas leer y disfrutar lo que acontece las siguientes páginas de Marcelino Pan y Vino.

El señor le concedió darle «un premio» lo màs quería Marcelino y era…

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